La cita proviene de un sacerdote dominico francés del siglo XIX llamado Jean-Baptiste Henri Lacordaire. Él tenía esto que decir acerca de lo que significaba ser un sacerdote:
"Vivir en medio del mundo sin desear sus placeres; ser miembro de cada familia, sin embargo, pertenecer a ninguno; compartir todo el sufrimiento; para penetrar en todos los secretos; para curar todas las heridas; ir de los hombres a Dios y ofrecerle sus oraciones; regresar de Dios a los hombres para traer el perdón y la esperanza; tener un corazón de fuego para la caridad, y un corazón de bronce para la castidad; para enseñar y perdonar, consolar y bendecir siempre. ¡ Dios mío, qué vida! Y es tuyo, oh sacerdote de Jesucristo!"